EL ALMANAQUE DE MI PADRE



Un pasado debe ser tan familiar que se lo pueda revivir mecánicamente y tan inesperado que nos sorprenda cada vez que volvamos a él: entonces es apto para la fantasía
.
Cesare Pavese










jueves, 22 de diciembre de 2011

Cualquier tiempo pasado...


Crecer significa sobre todo (entre otras cosas deplorables y poco reseñables) asumir que te pareces a tus padres, que la fuerza genética tira desde las entrañas, y que no hay remedio. Pensaba estos días en las cosas que muy probablemente odiaría mi padre del mundo de hoy. Sí, efectivamente son las cosas que a mi me empiezan a molestar y que no seré capaz de tolerar en poco tiempo. Dios. Y mira que a mí me gustan los cambios, pero ya he dicho que el adn tira fuerte…

Cosas que mi padre no soportaría del mundo en que vivimos:

  • Internet, en toda su extensión, su poder, su control, su capacidad de anulación y de análisis, su modo de evadirte de lo palpable, del contacto físico con las personas.
  • La televisión. Aunque pensándolo bien creo que se refugiaría en ella, en algún canal temático de westerns o algo así. O quizás no.
  • La gente, la cantidad cada vez más ingente de gente (perdón por la rima fácil) que hay en los sitios. ¿Por dónde podría pasear mi padre tranquilamente, con lo que adoraba deambular?
  • Los cambios de la ciudad, la ciudad, su Barcelona y la Barcelona de ahora. Eso sí que no lo soportaría, se haría el hara-kiri si viese que los chiringuitos de la Barceloneta ya no existen, que el Mercado de San Antonio ha movido su emplazamiento, que las barriadas y los barrios viejos han menguado, que los bares viejos y los viejos bares han desaparecido.
  • “¿Qué no se puede fumar en los bares? ¡ESO ES INTOLERABLE!” Esta frase es como si la oyera a través del túnel del tiempo. Mi padre tendría problemas con las autoridades en lo que respecta al fumar. Y no, no acabaría dejándolo, eso lo sé de buena tinta. Antes se pegaba un tiro.
  • La publicidad, la invasión personal de los anuncios en general, el bombardeo de mensajes en la vida diaria de cualquier persona del primer mundo.
  • Las prisas. No las podría soportar.
  • Las cámaras fotográficas digitales y su virtual modo de capturar las imágenes. ¿Y el papel? ¿Y los álbumes de fotos? Na…

domingo, 23 de octubre de 2011

Los muebles y su disposición era algo que obsesionaba a mi padre.
Llegaba un momento en que los objetos molestaban, y debían moverse de lugar.
Sucedía con frecuencia, con mucha frecuencia, las estanterías, las mesas, los libros, los cuadros y el sofá debían cambiar su posición. Era divertido, al menos cuando éramos pequeños y nos gustaba trastear mientras él quitaba alcayatas, empujaba armarios y limpiaba el polvo de los libros. Ayudábamos lo que podíamos, así que no había problema.
Lo malo era cuando comenzamos a hacernos mayores.
La cosa iba siempre a más, y sinceramente no comprendíamos la obsesión.
La adolescencia ya es de por sí un cambio brutal a diario, al minuto: ahora esto, ahora aquello, todo es mutación y trastorno, trauma y vergüenza, adaptación y necesidad de pertenencia.
Pero si al cabrón de tu padre le da por cambiar cada tres semanas la disposición de tu propia casa, pues te empiezas a cabrear un poco.
Y así nos iba: buscar cosas en casa se convertía en una odisea sin límite, un "vaya usted a saber dónde andan las servilletas, el diccionario de sinónimos o los apuntes que ayer dejé aqui mismo, sí aquí mismo".
Si hay algo que realmente me gustaba sin importar la frecuencia de su realización era la pintura. Pintar la casa, blanquearla o darle unos retoques me fascinaba siempre. Ayudaba un poco, y encima daba sensación de limpio y de espacio nuevo.
A veces cambiar pequeñas cosas dentro de tu propio espacio ayuda. A veces no.

jueves, 25 de agosto de 2011

Super 8





Sentada frente al proyector, la familia permanecía en silencio durante varias horas. Teníamos pocas películas, y la mayoría eran promocionales (con lo que se cortaban a los diez o quince minutos y te dejaban con la miel en la boca) o recopilaciones de dibujos animados que habíamos repasado cientos de veces (Speedy Gonzalez, Bugs Bunny, La Pantera Rosa). Lo mejor era cuando papá proyectaba algo que él mismo había filmado con su cámara Súper 8. El proyector no tenía audio, así que nunca pudimos escuchar nada. Eso le confería todavía más encanto. Verte a ti mismo correr por el bosque, admirar -porque era admiración- a tus padres riendo entre copas y besos, los abuelos, algún cumpleaños, algunos amigos, puestas de sol inigualables, baños en la playa, excursiones al zoo y un largo etcétera.
¿Cuánto de ficción hay en una grabación casera familiar?
Uno nunca es uno mismo cuando le filman, ¿verdad? ¿O sí?
Recuerdo que a medida que nos hacíamos mayores y las rencillas familiares aumentaban, alguien lloraba. En plena proyección, sí. En silencio, sollozando, pero lloraba. Y se notaba, y el ambiente se cargaba de tal manera que nadie se atrevía a mover un dedo. Y mi padre, tras la privilegiada posición desde el proyector, observaba toda la escena con cautela, o con pavor. Nunca lo sabré porque no me atreví a girarme y verle la cara. Quizá la tenía igual de compungida que el resto de la familia, quién sabe.
En breve voy a poder pasar todas esas filmaciones de Súper 8 a formato digital, con lo que escucharé por primera vez en mi vida las voces de mi familia, de mi mismo. Glups.



lunes, 8 de agosto de 2011

¡¡Odín!!

Teníamos un "saludo secreto" con mi padre, copiado de la película "Los Vikingos", de Richard Fleischer y con un inconmensurable Kirk Douglas (probablemente el actor favorito de mi padre). Bueno, "secreto" es un decir, porque lo conocía todo el mundo, pero digamos que era nuestro código para "special ocasions". Si estábamos en el balcón esperando a que mi padre llegara del trabajo y lo veíamos girar la esquina, silbábamos la melodía de la película. Sólo el primer trozo, una imitación de cuerno vikingo que en seguida se veía correspondida por la respuesta de mi padre doscientos metros más allá. Nos quedábamos tranquilos, avisábamos a mi madre y preparábamos alguna tontería para recibir a mi padre en la puerta de casa (que si los deberes, que si un juguete, lo que fuera). Lo mejor era cuando volvíamos al balcón nerviosos porque tardaba mucho en subir la calle y, a muy pocos metros ya de casa, no silbábamos la melodía de la película sino que gritábamos a pierna suelta: "¡¡Odín!!", en clara referencia a Ernst Borgnine o el mismo Kirk Douglas. Papá contestaba "¡¡Odín!!" y todos contentos. También recuerdo jugar bastante con mi hermano, imitando escenas de este film. Yo siempre quería ser "el malo" de la película, no me importaba morir a manos de mi hermano, de hecho me encantaba verle ganar, ver cómo me insertaba la puñalada final, etc...
Mi padre nos llegó a fabricar (ahora pienso en lo peligroso de todo ello) varias espadas de madera. Era madera ligera, pero hacía daño se pegabas con saña. Y los niños pegan con saña cuando juegan a vikingos, piratas o espadachines de la corte francesa. Más de una vez tuvimos golpes serios en las manos, golpes que escondíamos por miedo a que mi madre nos quitara las espadas, cosa que pasó en numerosas ocasiones. A veces pienso que mi padre era como un niño grande, enormemente feliz de jugar con sus hijos emulando las películas que él mismo había visto de pequeño y luego revisionaba con nosotros. Si podía hacernos unas espadas de madera que replicasen casi a la perfección las de las películas, las hacía con extrema fidelidad. Si tenía que disfrazarse de Capitán Garfio lo hacía.


viernes, 15 de julio de 2011


Almendras en la mano.
Recuerdo a mi padre dándome almendras y otros frutos secos, siempre de su mano.
Y el olor de la mano mezclado con el olor a almendras o nueces. Un olor que recreo con poco esfuerzo porque -cosas de la genética- mis manos huelen parecido. Sentados junto a una peli de vaqueros o un partido de fútbol comiendo frutos secos como posesos.
A veces incluso olivas o algún tipo de salchichón cortado. Me parecía natural que la fuente del aperitivo fuera la mano de mi padre y no un cuenco o similar.
Me he acordado de esto porque hoy mismo he recreado este gesto de forma absolutamente involuntaria.

miércoles, 1 de junio de 2011

Bares, qué lugares...

He compartido muchas horas de bar con mi padre. Y no, no es este el comienzo de una novela pulp ni nada similar. Es así, tal como fue. Muchos bares donde mi padre entraba a tomarse cervezas y yo iba a saludarlo en mi vuelta del colegio a casa. Los bares eran conocidos, claro, no es que fuera a buscarlo por bares extraños, ni mucho menos. Bares de toda la vida, con su "parroquia" , esos bares que mi padre frecuentaba y tanto le gustaban. Yo debo admitir que hubo un amor-odio-amor en mi relación con ellos. Primero me hacía ilusión entrar en esos bares. Un niño pequeño que ve a su padre rodeado de bonachones con nariz roja que te saludan siempre, te suben a hombros y te invitan a un refresco siempre es de agradecer. Mi padre, en esta época, solía pagarme un Kas naranja (odiaba el de limón) o una coca-cola y unas aceitunas. Luego me daba unos duros para poner una canción en la juke-box. Sí, no hablamos aquí de una gasolinera de Texas, Missouri o Brooklyn. En el bar de mi barrio había una juke-box donde podías escuchar éxitos de siempre y novedades de lo más inesperado. Ahí estaban disponibles temas de Sinatra, Boney M, Blondie, Elvis o Los Chichos. Casi nada. Luego vino la época en la que odiaba ver a mi padre siempre en el mismo bar y a la misma hora por motivos obvios. Muchas veces evitaba saludarlo, pasaba de largo. Otras entraba, le pedía dinero para cualquier cosa y me largaba. Sin darle un beso en la mejilla, como antaño. Un adolescente que pretende comprender algo de la vida simplemente girándole la cara a su padre. Las cosas ya no eran como antes, y la parroquia había cambiado mucho, o sencillamente había desaparecido. Pero él no, él ahí clavado, mirando a las musarañas (como decía él), pensando en sus cosas. Muchos años después, incluso sin la presencia de mi padre, volví a pensar (lo que hace la melancolía y la pérdida) en aquellos encuentros en los bares. Lo que nos llegamos a decir ahí, lo que nos llegamos a callar, lo que compartimos y lo que nunca pudimos compartir. Malditos bares. Alabados sean.

domingo, 8 de mayo de 2011

Father Callahan


Hoy he escuchado a mi padre durante la audición del nuevo disco de Bill Callahan, "Apocalypse". Sí, durante unos segundos la voz profunda y cavernosa de Callahan ha mutado en la de mi padre, y me ha parecido escuchar su tono grave. Grave por el tono, no por la gravedad en el sentido de "seriedad". Mi padre entrando en mi habitación y dándome un beso cuando llegaba del trabajo y me pillaba estudiando o escuchando música en mi escritorio.
Un beso de padre, con cierto olor a colonia y cerveza, un olor fácil de evocar.
Y entonces entro en Google para buscar una foto que ilustre esta entrada y capturo esta foto. Dios, es que encima se parece físicamente. Los ojos son exactos.
Me he acojonado un poco.

martes, 15 de marzo de 2011

Libros tan de mi padre

El abate Faria y mi queridísimo Edmond Dantés


Heredados por mi, bien situados en mi biblioteca y con fecha de lectura o relectura inminente.
Libros capitales en la educación de mi padre, libros que me llevaré yo a mi tumba:

El filo de la navaja, de W. Somerset Maugham


Rojo y negro, de Stendhal


Adiós a las armas, de Ernest Heminghway


Obras completas de Vicente Blasco Ibañez


El omnibus perdido, de John Steinbeck


Caprichos, de Ramón Gómez de la Serna


El libro de la selva, de Rudyard Kipling


Obras completas de Alberto Moravia


El conde de Montecristo, de Alexandre Dumas


Obras completas de Émile Zola


El castillo de If. Hace dos años pasé muy cerca de allí.

lunes, 24 de enero de 2011


Sin parecerse directamente, Geoffrey Rush tiene un aire a mi padre. Osea, mi padre tenía un aire al Geoffrey Rush de los ochenta y noventa, quiero decir. Ayer cometí el error de ir a ver la peli esa de Colin Firth y Geoffrey Rush que apesta desde los títulos de crédito y supe que apestaba incluso antes de eso y aún así me metí en el maldito cine. Peli diseñada expresamente para gustar al público "mono" que tanto aplaude las pelis "con maestro y alumno" y toda esa bazofia condescendiente y previsible y vomitiva. ¿Recuerdan "Profesor Holland" y derivados?¡Puajs!

El único momento salvable fue, cómo no, el que me recordó a mi propia infancia en casa, con mi padre. Justo Geoffrey Rush hacía de mi padre y yo y mi hermano interpretábamos a sus hijos en la peli. Me refiero al momento en que Rush desafía a sus hijos a continuar frases shakesperianas que él comienza. Que si "Ricardo III", que si "Macbeth", que si un soneto por aquí o un Rosencrantz por acullá. Los hijos, unos verdaderos empollones, sabihondos de escuela inglesa "de toda la vida", le siguen el rollo y le adivinan casi todas las citas. Me gustó. Me recordó a momentos en casa, momentos de adivinanzas con mi padre, de saber qué actor o actriz salía en tal o cual película. Momentos en los que jugábamos a las adivinanzas o incluso a interpretar alguna escena de nuestras películas favoritas del cine. No, no soy un experto en Shakespeare ni un empollón ni nada de eso, pero admito que adiviné casi todos los fragmentos en la peli mencionados. Era fácil, claro. Y me gustó el trato de Rush con sus ficticios hijos de la peli. El resto, al retrete. Ea.

domingo, 2 de enero de 2011


Recuerdo una tarde en la que, hurgando entre los álbumes de cromos y revistas antiguas de mi padre encontré unas cartas ensobradas, cartas que inmediatamente le entregué mientras preguntaba qué eran. Tendría yo unos diez u once años aproximadamente.
"Mmm... -dijo después de hojearlas por encima- son cartas de antiguas amigas mías".
Me quedé helado, no entendí nada. ¿Para qué guardar cartas de amores olvidados, relaciones anteriores a la actual, a su esposa, mi madre. No dije nada porque no sabía qué decir.
Él notó mi perplejidad y siguió su "confesión" con sorprendente serenidad.
(Suspiro) "Ay, las cosas podían haber funcionado de otra manera. Las cosas siempre pueden ir de otro modo, ¿no crees?"
"No, no creo" pensé y callé yo. Claro que no crees algo así con once años y una familia feliz, faltaría. Luego te haces mayor y ves las cosas de otro modo. Pero escucharlo con semejante tranquilidad, en directo y de la boca de tu padre, pues es algo realmente extraño y doloroso.