EL ALMANAQUE DE MI PADRE



Un pasado debe ser tan familiar que se lo pueda revivir mecánicamente y tan inesperado que nos sorprenda cada vez que volvamos a él: entonces es apto para la fantasía
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Cesare Pavese










miércoles, 1 de junio de 2011

Bares, qué lugares...

He compartido muchas horas de bar con mi padre. Y no, no es este el comienzo de una novela pulp ni nada similar. Es así, tal como fue. Muchos bares donde mi padre entraba a tomarse cervezas y yo iba a saludarlo en mi vuelta del colegio a casa. Los bares eran conocidos, claro, no es que fuera a buscarlo por bares extraños, ni mucho menos. Bares de toda la vida, con su "parroquia" , esos bares que mi padre frecuentaba y tanto le gustaban. Yo debo admitir que hubo un amor-odio-amor en mi relación con ellos. Primero me hacía ilusión entrar en esos bares. Un niño pequeño que ve a su padre rodeado de bonachones con nariz roja que te saludan siempre, te suben a hombros y te invitan a un refresco siempre es de agradecer. Mi padre, en esta época, solía pagarme un Kas naranja (odiaba el de limón) o una coca-cola y unas aceitunas. Luego me daba unos duros para poner una canción en la juke-box. Sí, no hablamos aquí de una gasolinera de Texas, Missouri o Brooklyn. En el bar de mi barrio había una juke-box donde podías escuchar éxitos de siempre y novedades de lo más inesperado. Ahí estaban disponibles temas de Sinatra, Boney M, Blondie, Elvis o Los Chichos. Casi nada. Luego vino la época en la que odiaba ver a mi padre siempre en el mismo bar y a la misma hora por motivos obvios. Muchas veces evitaba saludarlo, pasaba de largo. Otras entraba, le pedía dinero para cualquier cosa y me largaba. Sin darle un beso en la mejilla, como antaño. Un adolescente que pretende comprender algo de la vida simplemente girándole la cara a su padre. Las cosas ya no eran como antes, y la parroquia había cambiado mucho, o sencillamente había desaparecido. Pero él no, él ahí clavado, mirando a las musarañas (como decía él), pensando en sus cosas. Muchos años después, incluso sin la presencia de mi padre, volví a pensar (lo que hace la melancolía y la pérdida) en aquellos encuentros en los bares. Lo que nos llegamos a decir ahí, lo que nos llegamos a callar, lo que compartimos y lo que nunca pudimos compartir. Malditos bares. Alabados sean.