Un chico me paró ayer en un cajero automático. Se gira -mientras saca su tarjeta de crédito- y me dice: "¡Hombre, Valentín!". Yo me quedo a cuadros y él advierte -por mi cara, deduzco- que se ha confundido de persona. Se disculpa y me dice aquello de "...perdona, te parecías mucho a un amigo mío y bla bla bla...". Yo sigo a la mía y pienso: "este chico no sabe que mi abuelo paterno se llamaba Valentín, claro, qué curioso". Y me ha hecho pensar en un parecido físico más allá del tiempo y el espacio, en una especie de bucle que me lleva a ser reconocido con las facciones de mi abuelo (fallecido en los años sesenta) por un tipo de unos veinticinco años en 2010. Buf. ¿Argumento para novela cross-time? ¿Tontería para olvidar? Valentín Botana vino a Barcelona desde Santiago de Compostela con sus trece hermanos allá por los años veinte, y tiene una historia realmente interesante que siempre he querido relatar. Mmm...
lunes, 20 de septiembre de 2010
jueves, 9 de septiembre de 2010
Not the End
Recuerdo un slogan tontorrón de hace mucho tiempo, uno de esos que se ven en las manifestacions en contra de acontecimientos que no procede aplaudir. Rezaba así: "No hay nada que celebrar". Y es cierto, en general no hay nada que celebrar, pero no nos pongamos crípticos, hay cosas por las que vale la pena un brindis: amores que aparecen cuando menos lo esperas, novelas maravillosas que salen a la venta, discos que aparecen justo cuando los esperabas, cenas inolvidables, reuniones con amigos. En tres meses se cumplirá el décimo aniversario de la muerte de mi padre. ¿Celebrar la muerte? En todo caso lamentarse de la pérdida, ¿no? ¿Por qué demonios se celebran las muertes? Las fechas que deben recordarse son las que dieron nacimientos de personas que queremos, no las que finalizaron con sus vidas. Sé que me llamará alguien de la familia y no hará falta. Sé que estaré triste y tampoco hará falta. No hay nada que celebrar y ahora mismo me pongo aquella canción.
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