EL ALMANAQUE DE MI PADRE



Un pasado debe ser tan familiar que se lo pueda revivir mecánicamente y tan inesperado que nos sorprenda cada vez que volvamos a él: entonces es apto para la fantasía
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Cesare Pavese










lunes, 24 de enero de 2011


Sin parecerse directamente, Geoffrey Rush tiene un aire a mi padre. Osea, mi padre tenía un aire al Geoffrey Rush de los ochenta y noventa, quiero decir. Ayer cometí el error de ir a ver la peli esa de Colin Firth y Geoffrey Rush que apesta desde los títulos de crédito y supe que apestaba incluso antes de eso y aún así me metí en el maldito cine. Peli diseñada expresamente para gustar al público "mono" que tanto aplaude las pelis "con maestro y alumno" y toda esa bazofia condescendiente y previsible y vomitiva. ¿Recuerdan "Profesor Holland" y derivados?¡Puajs!

El único momento salvable fue, cómo no, el que me recordó a mi propia infancia en casa, con mi padre. Justo Geoffrey Rush hacía de mi padre y yo y mi hermano interpretábamos a sus hijos en la peli. Me refiero al momento en que Rush desafía a sus hijos a continuar frases shakesperianas que él comienza. Que si "Ricardo III", que si "Macbeth", que si un soneto por aquí o un Rosencrantz por acullá. Los hijos, unos verdaderos empollones, sabihondos de escuela inglesa "de toda la vida", le siguen el rollo y le adivinan casi todas las citas. Me gustó. Me recordó a momentos en casa, momentos de adivinanzas con mi padre, de saber qué actor o actriz salía en tal o cual película. Momentos en los que jugábamos a las adivinanzas o incluso a interpretar alguna escena de nuestras películas favoritas del cine. No, no soy un experto en Shakespeare ni un empollón ni nada de eso, pero admito que adiviné casi todos los fragmentos en la peli mencionados. Era fácil, claro. Y me gustó el trato de Rush con sus ficticios hijos de la peli. El resto, al retrete. Ea.

domingo, 2 de enero de 2011


Recuerdo una tarde en la que, hurgando entre los álbumes de cromos y revistas antiguas de mi padre encontré unas cartas ensobradas, cartas que inmediatamente le entregué mientras preguntaba qué eran. Tendría yo unos diez u once años aproximadamente.
"Mmm... -dijo después de hojearlas por encima- son cartas de antiguas amigas mías".
Me quedé helado, no entendí nada. ¿Para qué guardar cartas de amores olvidados, relaciones anteriores a la actual, a su esposa, mi madre. No dije nada porque no sabía qué decir.
Él notó mi perplejidad y siguió su "confesión" con sorprendente serenidad.
(Suspiro) "Ay, las cosas podían haber funcionado de otra manera. Las cosas siempre pueden ir de otro modo, ¿no crees?"
"No, no creo" pensé y callé yo. Claro que no crees algo así con once años y una familia feliz, faltaría. Luego te haces mayor y ves las cosas de otro modo. Pero escucharlo con semejante tranquilidad, en directo y de la boca de tu padre, pues es algo realmente extraño y doloroso.