EL ALMANAQUE DE MI PADRE



Un pasado debe ser tan familiar que se lo pueda revivir mecánicamente y tan inesperado que nos sorprenda cada vez que volvamos a él: entonces es apto para la fantasía
.
Cesare Pavese










miércoles, 6 de junio de 2012

La voz de uno mismo (de mi amo)




Snif. He encontrado una cinta de cassette del año 80. 1980. Yo tenía 6 años. Sí. Sí. La he escuchado. Snif. En aquellos años se respiraba una inocencia abrumadora para con la tecnología. Mi padre compró un radiocassette y lo trajo a casa como si se tratase de la máquina del tiempo, la piedra filosofal, el aparato que iba a cambiar nuestra existencia. Algo de eso había, claro, pero lo que hacía para probar cómo funcionaba el bicho (además de poner el Carrusel Deportivo los domingos) era grabar a sus hijos en cinta de cassette. Grabarnos mientras decíamos tonterías, reíamos, jugábamos a coches y respondíamos a las típicas preguntas de padre jugando con sus hijos mientras los graba. Capturing the Botana´s. Madre mía, qué risa y qué penilla. Escuchar mi voz ha sido como un mazazo en la cabezota. Lagrimilla. Mi voz actual -los que me conocen saben que no gasto una voz precisamente dulce- dista taaanto de la vocecilla de niñajo barcelonés de finales de los años 70. ¡Es la repanocha, oigan!
Llevo un rato medio alelado con la capacidad de time-travel que ha supuesto escuchar a toda mi familia en riguroso "falso directo" ahora en 2012, treinta y pico años después. Jodó. Lagrimilla.

martes, 10 de abril de 2012


¿Cómo viajan las melodías a través del tiempo?
Por caminos desconocidos llegarás a destinos desconocidos, que decían los místicos.
Pues así es sin duda en este caso.
Me veo, muchas de las mañanas de esta primavera de año apocalíptico, tarareando canciones que mi padre canturreaba siendo yo muy pequeño.
Yo no tengo notícias de haber grabado a fuego en mi memoria musical esas cantinelas, unas veces solo frases, otras estribillos, a menudo canciones populares completas.
Lo que no logro entender es el periplo epidérmico (¿genético?) que han seguido hasta llegar a mis cuerdas vocales. ¿Qué hago yo cantando "La zarzamora", de Lola Flores? Es más: ¿cómo recuerdo la letra si en mi vida la he escuchado voluntariamente (se entiende, dándole al PLAY de un reproductor musical)?
¿Cómo puedo cantar canciones que mi padre cantaba con sus compañeros de primaria?
"Qué bonito es el colegio, visto desde el Tibidabo, qué bonito es ver caer doce bombas sobre él y dejarlo todo plano". ¿Por qué me acuerdo de esto?
¿Está mi padre enviándome melodías a través de océanos de tiempo y espacio? ¿Puede tu mente hacerte esta jugarreta cuando jamás en tu vida has vuelto a repasar o re-escuchar por boca de otro esas cantinelas?
Los caminos de la música son inexcrutables, y los de la voz de tus antepasados también.
Fascinado me quedo al oirme a mí mismo, con la voz de mi padre.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Cualquier tiempo pasado...


Crecer significa sobre todo (entre otras cosas deplorables y poco reseñables) asumir que te pareces a tus padres, que la fuerza genética tira desde las entrañas, y que no hay remedio. Pensaba estos días en las cosas que muy probablemente odiaría mi padre del mundo de hoy. Sí, efectivamente son las cosas que a mi me empiezan a molestar y que no seré capaz de tolerar en poco tiempo. Dios. Y mira que a mí me gustan los cambios, pero ya he dicho que el adn tira fuerte…

Cosas que mi padre no soportaría del mundo en que vivimos:

  • Internet, en toda su extensión, su poder, su control, su capacidad de anulación y de análisis, su modo de evadirte de lo palpable, del contacto físico con las personas.
  • La televisión. Aunque pensándolo bien creo que se refugiaría en ella, en algún canal temático de westerns o algo así. O quizás no.
  • La gente, la cantidad cada vez más ingente de gente (perdón por la rima fácil) que hay en los sitios. ¿Por dónde podría pasear mi padre tranquilamente, con lo que adoraba deambular?
  • Los cambios de la ciudad, la ciudad, su Barcelona y la Barcelona de ahora. Eso sí que no lo soportaría, se haría el hara-kiri si viese que los chiringuitos de la Barceloneta ya no existen, que el Mercado de San Antonio ha movido su emplazamiento, que las barriadas y los barrios viejos han menguado, que los bares viejos y los viejos bares han desaparecido.
  • “¿Qué no se puede fumar en los bares? ¡ESO ES INTOLERABLE!” Esta frase es como si la oyera a través del túnel del tiempo. Mi padre tendría problemas con las autoridades en lo que respecta al fumar. Y no, no acabaría dejándolo, eso lo sé de buena tinta. Antes se pegaba un tiro.
  • La publicidad, la invasión personal de los anuncios en general, el bombardeo de mensajes en la vida diaria de cualquier persona del primer mundo.
  • Las prisas. No las podría soportar.
  • Las cámaras fotográficas digitales y su virtual modo de capturar las imágenes. ¿Y el papel? ¿Y los álbumes de fotos? Na…

domingo, 23 de octubre de 2011

Los muebles y su disposición era algo que obsesionaba a mi padre.
Llegaba un momento en que los objetos molestaban, y debían moverse de lugar.
Sucedía con frecuencia, con mucha frecuencia, las estanterías, las mesas, los libros, los cuadros y el sofá debían cambiar su posición. Era divertido, al menos cuando éramos pequeños y nos gustaba trastear mientras él quitaba alcayatas, empujaba armarios y limpiaba el polvo de los libros. Ayudábamos lo que podíamos, así que no había problema.
Lo malo era cuando comenzamos a hacernos mayores.
La cosa iba siempre a más, y sinceramente no comprendíamos la obsesión.
La adolescencia ya es de por sí un cambio brutal a diario, al minuto: ahora esto, ahora aquello, todo es mutación y trastorno, trauma y vergüenza, adaptación y necesidad de pertenencia.
Pero si al cabrón de tu padre le da por cambiar cada tres semanas la disposición de tu propia casa, pues te empiezas a cabrear un poco.
Y así nos iba: buscar cosas en casa se convertía en una odisea sin límite, un "vaya usted a saber dónde andan las servilletas, el diccionario de sinónimos o los apuntes que ayer dejé aqui mismo, sí aquí mismo".
Si hay algo que realmente me gustaba sin importar la frecuencia de su realización era la pintura. Pintar la casa, blanquearla o darle unos retoques me fascinaba siempre. Ayudaba un poco, y encima daba sensación de limpio y de espacio nuevo.
A veces cambiar pequeñas cosas dentro de tu propio espacio ayuda. A veces no.

jueves, 25 de agosto de 2011

Super 8





Sentada frente al proyector, la familia permanecía en silencio durante varias horas. Teníamos pocas películas, y la mayoría eran promocionales (con lo que se cortaban a los diez o quince minutos y te dejaban con la miel en la boca) o recopilaciones de dibujos animados que habíamos repasado cientos de veces (Speedy Gonzalez, Bugs Bunny, La Pantera Rosa). Lo mejor era cuando papá proyectaba algo que él mismo había filmado con su cámara Súper 8. El proyector no tenía audio, así que nunca pudimos escuchar nada. Eso le confería todavía más encanto. Verte a ti mismo correr por el bosque, admirar -porque era admiración- a tus padres riendo entre copas y besos, los abuelos, algún cumpleaños, algunos amigos, puestas de sol inigualables, baños en la playa, excursiones al zoo y un largo etcétera.
¿Cuánto de ficción hay en una grabación casera familiar?
Uno nunca es uno mismo cuando le filman, ¿verdad? ¿O sí?
Recuerdo que a medida que nos hacíamos mayores y las rencillas familiares aumentaban, alguien lloraba. En plena proyección, sí. En silencio, sollozando, pero lloraba. Y se notaba, y el ambiente se cargaba de tal manera que nadie se atrevía a mover un dedo. Y mi padre, tras la privilegiada posición desde el proyector, observaba toda la escena con cautela, o con pavor. Nunca lo sabré porque no me atreví a girarme y verle la cara. Quizá la tenía igual de compungida que el resto de la familia, quién sabe.
En breve voy a poder pasar todas esas filmaciones de Súper 8 a formato digital, con lo que escucharé por primera vez en mi vida las voces de mi familia, de mi mismo. Glups.