Mi padre quería tener una moto, quería correr como Steve McQueen y llegar hasta Italia en su Vespa. A los 18 años la compró y medio año después se estrelló. Una furgoneta apareció en el cruce entre la Via Leietana y la calle Sant Pere més baix y se lo llevó por delante. Entró en el hospital clínicamente muerto, apenas sin constantes vitales. Mi abuelo salió de la fábrica corriendo, mi abuela dejó de coser y con su hija salieron pitando hacia el hospital. Entonces la época y las tradiciones se impusieron, y el médico de urgencias les invitó a llamar a un cura para hacerle la extremaunción a mi padre. No tenía muchas posibilidades de salir de esta -confirmó el doctor- , a pesar de que el choque no fue a gran velocidad. ¡La extremaunción! Extrema unción, el acabóse. El último adiós, aquello de “si tiene usted algo que confesar, dígalo ahora que está delante de un representante de la Santa Iglesia”. Alucinante, cuando me lo explicaban de pequeño no daba crédito. Ahora lo veo todo claro, y supongo que eso le ayudó a salir del trance. A mi me hubiera pasado lo mismo. Si en mi supuesto lecho de muerte veo a un señor con sotana y una Biblia en la mano, me levanto y salgo corriendo al instante. Creo que su odio al estamento religioso y a las religiones le hizo recuperarse. Diez días después mi padre seguía su vida (años después volvería a comprarse otra Vespa y efectivamente volvería a estrellarse: pero eso ya es otra historia y debe contarse en otra ocasión). Mi padre era ateo gracias a Dios.
viernes, 9 de julio de 2010
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